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Homenaje a Pichona

Junio 2022

Homenaje a Pichona

Fecha:
Junio 2022
Tipo de actividad:

PRESENTACIÓN HOMENAJE POSTUMO A Mª LUISA SIQUIER.

Pichona en nuestros recuerdos, en la teoría y en la clínica.

El 10 de junio del 2022, coincidiendo con el tercer aniversario del fallecimiento de Mª Luisa Siquier – Pichona-,  Ecpna y Gradiva convocaron a colegas y amigos para rendirle un homenaje en reconocimiento de su trayectoria y su legado en el campo del psicoanálisis de niños, adolescentes y adultos. Fue en el campo del psicoanálisis de la infancia y la adolescencia donde ella creó “escuela” en varios países.

Este homenaje se fue posponiendo a causa de la pandemia. Desde su defunción, las dos asociaciones queríamos organizar este homenaje conjuntamente. El deseo era poder reunirnos presencialmente para compartir la calidez del encuentro, rememorando la memoria de su legado tanto en lo afectivo como en lo profesional. Han sido muchos los estragos que la pandemia ha ocasionado en nuestras vidas. Para las asociaciones este largo periodo ha supuesto mucho trabajo y esfuerzo para poder seguir activas y asegurar el buen funcionamiento de las mismas.

Seguramente, si Pichona hubiera vivido estos dos largos años de pandemia, hubiera priorizado buscar recursos para que las Asociaciones siguieran su trayectoria, y nos hubiera ayudado a afrontar y analizar los efectos y afectos que esta época ha provocado en nosotros y en nuestros pacientes.

Desde su llegada a Barcelona, Pichona empezó a promover posibles espacios donde la formación permanente y el intercambio entre psicoanalistas de distintas líneas, fuera la prioridad, el objetivo primordial, cuidando también las relaciones personales. Su  talante personal y profesional, así como su impulso, propiciaron la gestación de ambas asociaciones, que 30 años después de su fundación siguen sus andaduras.

En la coordinación de la mesa nos tenía que acompañar Josef Knobel, pero a causa del Covid no pudo asistir presencialmente.

María, nieta de Pichona fue quien representó a la familia en la mesa

Mª Elena Sammartino intervino en representación de Gradiva y Carlos Blinder en representación de ECPNA.

M. Elena Sammartino es Miembro de Gradiva, fue miembro fundador y presidente en varios periodos. Licenciada en Letras y Psicología. Docente de ECPNA, Gradiva e Ipsi. Supervisora y docente del Hospital San Pera Claver y del Hospital Sagrat Cor de Martorell.

El título de su comunicación: “Recuerdos y vivencias. El nacimiento de Gradiva”. También leyó un texto de M. Luisa Siquier, titulado: “Los enigmas de la anorexia”.

Carlos Blinder fue fundador y actual director de ECPNA. Es psiquiatra, psicoanalista y fundador de Ipsi Formació. Docente y supervisor de Ecpna y Ipsi.

El título de su comunicación: “M Luisa Siquier y la clínica: El caso Odiseo”.

Ambas comunicaciones figuran en los PDF adjuntos.

Después de sus ponencias, pasamos un audiovisual con música de la coral  en la que cantaba Pichona y después abrimos el turno de palabras. Los compañeros presentes compartieron momentos, afectos y trayectos compartidos con Pichona. También se leyeron breves textos previamente enviados de quienes no podían asistir en ninguna de las modalidades.  Múltiples recuerdos de las huellas que Pichona dejó en sus vidas personales y profesionales.

Queremos agradecer a Marta Areny y a Carol Caso, secretaria de ECPNA, el montaje del audiovisual. Marta Areny fue compañera de la coral Ars Animae, en la que Pichona cantó durante muchos años. No fue fácil recopilar algunas grabaciones que escuchamos en el audiovisual. La canción que escuchamos le gustaba mucho a Pichona y, aunque no se pudo recuperar ninguna grabación de esta canción cantada por la coral, la escuchamos cantada por el trio Tresquartsdetres, formado por Marisa Pugès, Arnald Montañà y Marta Areny. 

 

Magda Blanch

 


 

HOMENAJE A MARÍA LUISA SIQUIER, “Pichona”.  10 de junio de 2022

María Elena Sammartino

 

El tiempo ha pasado como una saeta. Tres años desde que Pichona se fue para siempre es mucho tiempo y sin embargo, al recordar su figura, su estilo, su seriedad y aquel habitual “chau, querida”, con el que me despidió el último día que la vi,  están muy vivos en mi memoria. 

Su hija Estela decía en un homenaje reciente que alumnos y colegas habían encontrado en ella un espejo en el que mirarse. Y es así.  Una zona de mí encontró en Pichona un espejo en el que mirarse, un modelo  donde abrevar que acabó transformado en una parte de mi propio mundo, aquel que emerge de forma natural cuando uno interroga confiado las marismas desconocidas de sí mismo, aquellos territorios arenosos donde crecen hierbas todavía sin nombre y donde la cercanía del mar crea espacios borrosos hasta el momento en que una idea va recortándose con claridad y acaba saliendo a la luz.

Mis recuerdos de Pichona se inscriben en los últimos 40 años de su vida, su tiempo en Barcelona, donde ambas fuimos traídas por el viento del exilio y los duelos imposibles. La conocí desde distintos lugares. Primero como alumna, durante muchos años, de un grupo de estudio. Como formadora Pichona era estricta y rigurosa, sin concesiones a la superficialidad teórica ni al espontaneísmo clínico. Valoraba el estudio, la inteligencia, la creatividad, el compromiso de sus alumnos.  Como supervisora era benévola y certera, de pocas palabras a veces, de mirada clínica profunda y clara. Recuerdo que muy pronto me derivó mi primer paciente niño y contuvo con su cuidado y sostén la inseguridad que unos padres autoritarios y críticos generaban en una joven e inexperta psicoanalista como era yo en esa época.

Pichona no era dada al reconocimiento verbal de su confianza en los que estábamos a su lado. Pero en sus actos iba dando muestras de su generosidad y valoración: no sólo recibí de ella mi primer paciente niño, sino que todo aquel grupo de jóvenes estudiantes de Psicoanálisis fuimos iniciados en la docencia por su iniciativa. Los cursos de Psicoanálisis, que ella dirigió junto a Beatriz Salzberg en el Colegio de Psicólogos de Catalunya en los años 80, nos transformó en docentes entregados a la tarea de enseñar Psicoanálisis en su estilo: profundidad y apertura teórica.  Más adelante, el nacimiento de la Escola daría continuidad a esa labor docente que ella amaba y facilitaba a los que estábamos a su lado.

Pichona amaba el estudio ¡y en esto me sentía tan cercana a ella!, pude imaginar el dolor que sintió cuando nos dijo que ya no podía leer, que las letras se escondían de sus ojos, que sólo le quedaba la música a la que amaba también.  Y la docencia, otro amor que compartíamos. Su tierna lectora en la última etapa de su vida, Lesly Isaúla, cuenta que Pichona le confesó que lo que había padecido con más pena fue el tener que abandonar la tarea docente.

Un aspecto quisiera volver a destacar de su manera de vivir el Psicoanálisis: al igual que su propia vida, el Psicoanálisis fue para ella un recorrido apasionado por los caminos del descubrimiento y la transformación, sin estaciones donde quedar amarrada y encerrada, siempre a la escucha de los nuevos descubrimientos.  Aquel grupo de jóvenes estudiantes, que luego se convirtió en pionero en la gestación de instituciones psicoanalíticas en Barcelona, vivió con ella una parte de ese recorrido apasionado que nos llevó a conocer en profundidad la obra de Freud como punto de partida y luego los grandes autores postfreudianos que ella misma iba descubriendo y recorriendo en profundidad.  Ella era crítica con las tendencias sectarias que con frecuencia fragmentaban de forma irreconciliable el diálogo entre psicoanalistas; Pichona apostaba por el estudio de los grandes autores y también la escucha de los pensadores emergentes, por la valoración de las distintas miradas que pudiesen dar luz al sufrimiento del paciente o generaran modelos teóricos que ampliaran el terreno de lo conocido siempre que mantuviesen la complejidad y profundidad del saber.

Habiendo sido yo partícipe  de un tramo de su propia evolución, esa apertura teórica de Pichona imprimió una huella sólida en mi propia identidad como psicoanalista y dejó una marca profunda en la identidad de una institución a la que ella perteneció hasta el último día de su vida, Gradiva, Associació d’Estudis Psicoanalítics.

Días atrás, en la presentación de un libro de Luis Sales, algunos colegas hablaron con cariño de Gradiva, decían que en su seno todas las corrientes del psicoanálisis siempre habían encontrado una acogida cálida y respetuosa. Me sentí emocionada ante esas palabras. Sabía que pronto hablaría aquí de Pichona y que se enredarían en mi mente y en mi corazón los recuerdos de aquellas charlas que tuvimos las dos, sentadas en la sala de su casa, aquel invierno de 1989. Desde hacía tiempo me rondaba la idea de crear en Barcelona un grupo freudiano para el que no había ningún marco institucional de referencia. Cuando le pregunté a Pichona su opinión, inmediatamente sentí que su entusiasmo se anudaba con mis sueños y que tendría en ella un apoyo firme, aunque tal vez no imaginé entonces que tendría también una compañera de viaje a lo largo de tantos años. Ella era así, no sólo una maestra y un modelo, sino también una mujer apasionada que renovaba su empuje una y otra vez a pesar de que había padecido pérdidas importantes en su vida.

Todavía recuerdo que en aquellas charlas, le pedí consejo. Cómo diseñar aquella propuesta de nuevo espacio psicoanalítico, ¿qué era para ella fundamental? Su respuesta fue esclarecedora, convincente y fundamentada. Tenía mucho que ver con sus convicciones, con su experiencia, con su ideología. Me dijo algo así: para que una institución perdure en el tiempo lo importante es que no haya jerarquías establecidas, que los lugares devengan naturalmente por el saber o el aporte de cada uno. Todos los miembros han de tener iguales derechos y acceso a funciones directivas. La institución ha de ser horizontal.

Así nació y así funciona Gradiva aún hoy, después de más de 30 años.

Pero también hubo otras reflexiones que compartimos aquel invierno de 1989 antes de ponerme en la tarea de reunir al grupo fundador: lo importante es el trabajo, los objetivos, me dijo. Los conflictos en los grupos son inevitables, pero sólo se pueden resolver si se pone siempre por delante la tarea, las metas, el estudio. ¿y desde la perspectiva teórica? No hacía falta una respuesta, me había formado en buena parte a su lado: una sólida base freudiana y apertura a la escucha de todas las corrientes importantes del Psicoanálisis.

Y así fue. Ella avaló con su prestigio el nacimiento de Gradiva. Sus consejos conformaron una parte fundamental de la trama que fuimos tejiendo los fundadores hasta dar a luz a Gradiva, un nombre que ella nos propuso, diciendo que siempre había soñado con una institución que llevase un nombre así de bello, Gradiva, la que avanza. Me gustó ese nombre, evocaba un campo semántico que también era el mío, la cultura clásica, la literatura, el Psicoanálisis. Pero también ligaba en ese nudo su mundo de sueños con los nuestros, aquel pequeño grupo de pioneros.

Pichona participó de la creación de Gradiva como una más, poniendo su tiempo y su esfuerzo a la par con todos los fundadores, compartiendo día tras día largas reuniones de debate sobre la organización y el futuro, y luego estudiando mano a mano en los módulos de investigación que se crearon. Ella concurrió a Gradiva semana tras semana durante muchos años. Compañera, maestra y amiga. Siempre inteligente y crítica, generosa con su tiempo y su saber. Hasta que ya no tuvo tantas fuerzas y fue nombrada miembro honorario de la Institución, sin obligación de concurrir.  Pero no dejó de estar presente siempre que pudo, a veces con mucho esfuerzo, sin perder las ganas de ocupar su lugar entre nosotros, un lugar respetado, querido, agradecido.

Ahora voy a dar paso a su palabra escrita. Creemos que es la mejor manera de recordarla, hablando de teoría psicoanalítica.  Se trata de un texto que ella publicó en la revista Intercanvis en el año 2000 sobre Los enigmas de la anorexia-bulimia.

 

Reseña de LOS ENIGMAS DE LA ANOREXIA-BULIMIA de María Luisa Siquier

 

No ha de ser casual que el texto comience con una cita de François Perrier, miembro fundador con Piera Aulagnier del cuarto grupo de Paris, y finalice con reflexiones que surgen de la obra de André Green, que por aquella época, año 2000, era ya el autor más estudiado en Gradiva después de Freud. Entre Perrier y Green, se pueden situar los desarrollos teóricos que enriquecieron el pensamiento de Pichona a lo largo de aquellos años, sobre la base de su profundo conocimiento de la obra de Freud y de los autores de la escuela inglesa.

Dice la cita de Perrier: “Tener un cuerpo para sí mismo es un suicidio a perpetuidad”

A partir de ese punto, el texto se dirige a la historia de la psiquiatría y el psicoanálisis para ir reconociendo la emergencia y caracterización de la anorexia como un cuadro con frecuencia vinculado a la histeria y luego llamado anorexia mental. Especialmente interesante resulta el recorrido que realiza por la obra de Freud donde, para mi sorpresa, rescata un número importante de textos en los que se intenta descifrar el enigma de la anorexia. Dice Pichona:

La observación que concierne a un caso de anorexia se encuentra en la prehistoria del psicoanálisis.  En Un caso de curación hipnótica (1893), donde nos muestra cómo una madre se vuelve anoréxica a raíz del nacimiento de su hijo, Freud interviene a través de la hipnosis y analiza los síntomas en términos de perversión del querer y contravoluntad.  Pone en evidencia la perturbación originaria y repetitiva de la relación madre-hijo, mostrando con claridad la ecuación simbólica comer-amamantar, como lo señala Valabrega (1967).  El caso de Emmy Von N, publicado en colaboración con Breuer (Freud, 1895), ilustra los avatares de la relación terapéutica en una paciente que presentaba, entre otras cuestiones, un rechazo hacia la comida.  Sus anotaciones cotidianas son interesantes, revelando lo que puede provocar una anoréxica en cualquier persona, aunque se trate de Freud, deseoso de curarla.  Breuer, en el mismo libro, describe la anorexia y la disfagia de un niño de doce años, acontecidas tras la seducción por un adulto en un baño público.  La relaciona con varios factores: “predisposición nerviosa, irrupción de lo sexual en el alma infantil bajo la forma más brutal y, como factor determinante, la represión repugnante”.

En 1895, en el manuscrito F,  Freud pone el acento en el aspecto depresivo de la anorexia, con pérdida del apetito y, en el terreno sexual, con pérdida de la investidura libidinal.  En una carta a Fliess del 9 de junio de 1898, al analizar la obra literaria, esboza la primera noción de novela familiar en relación con un cuento: La mujer juez.  Esta mujer es madre de un varón y de una niña anoréxica. La seducción no es imputada al hermano sino a la madre.  Dice ahí que el veneno en los paranoicos corresponde a la anorexia en las histéricas.  En otra carta del 9 de diciembre de 1899, relaciona la psicosis con el autoerotismo, y deriva la anorexia mental de una corriente autoerótica de la histeria. 

Otros textos de Freud que abren nuevas perspectivas para la comprensión de la anorexia son: Introducción del narcisismo (1914), en el que introduce el dualismo libido del yo-libido de objeto; Más allá del principio del placer (1920), en el que plantea el papel de la pulsión de muerte; El malestar en la cultura (1930), que abre el camino a la sociología psicoanalítica.

Luego, claro está, se habla de los grandes autores que siguieron a Freud: Karl Abraham quien en 1927 intenta mostrar el origen de los trastornos alimentarios estudiando más a fondo el papel del sadismo, la ambivalencia de la oralidad (devorar-ser devorado, amar-destruir) y de la culpabilidad específica al deseo de incorporación del pene paterno. También Melanie Klein, que en 1935 interpreta la anorexia como defensa contra la angustia insoportable que incita a desconfiar de los objetos en el momento mismo de la incorporación. Y luego Ana Freud, Hilde Bruch, Kestemberg, Tustin y otros, hasta llegar a Lacan cuyo aporte describe con detalle, en particular la importancia de la distinción entre necesidad, demanda y deseo. No se trata de que el niño no come, sino de  que “come nada”. En la medida en que ha sido colmada en sus necesidades biológicas (a menudo antes de la expresión de la necesidad), la anoréxica no puede soportar que cualquier demanda sea interpretada en términos de necesidad. Así se vuelve vital “comer nada” con el fin de que se mantenga viva la dimensión del deseo.

Finalizado el recorrido por los aportes teóricos de las distintas corrientes del psicoanálisis, el texto se centra en la joven anoréxica, atrapada en una  encrucijada sin salida simbólica entre los cambios puberales, los procesos de acceso a la autonomía y su sensibilidad hacia los cambios sociales y culturales. Siquier analiza entonces los síntomas del trastorno, la pareja anorexia-bulimia y la dinámica específica de las relaciones y las investiduras en ambas vertientes del cuadro. Afirma que el riesgo mayor en la joven anoréxica es la extensión de las conductas anoréxicas al conjunto de las investiduras, en estrecha analogía con el alimento, la imagen corporal y sus relaciones de objeto.

Se detiene luego en la organización psicopatológica y la importancia del diagnóstico específico para cada paciente. Hay ausencia de una organización dominante, dice, y  coexistencia de modalidades defensivas de niveles muy diversos, desde posiciones defensivas arcaicas a niveles más neuróticos, por ejemplo, histéricos. Considera que habría una trasnosografía y que el síntoma alimentario adhiere a una organización psíquica dominante de la que dependerá el pronóstico. Sin embargo, dice Siquier, esa estructura subyacente no explica la génesis del trastorno.

Estudia luego las relaciones objetales de estos pacientes,

hechas de una lucha activa contra un deseo de apropiarse de aquello que les falta, de llenarse sin restricción, deseo contra el cual luchan las anoréxicas por medio de la privación.  Es conocida la propensión en ellas a no poder concederse placeres y satisfacciones en otra forma que no sea a escondidas, en secreto.  Haciendo eco a los fantasmas bulímicos inconscientes, que las condicionaría a tragarlo todo y a ser engrosadas en su yo ideal, se empequeñecen todo lo posible, se encogen sobre sí mismas, hasta hacerse, en cierta forma,  una sombra de su madre.  Toda relación es vivida, no como un intercambio, sino como un robo recíproco.

 

El texto de Pichona se centra luego en el estudio de la bulimia. Para ello vuelve a sobrevolar otros mundos que darán contexto a la desmesura. Comienza evocando a Gargantúa, figura mítica bretona inmortalizada por Rabelais.  Gargantúa era un enorme gigante que se comía los peregrinos en ensalada. Caso extremo de la gula, dice Pichona, imagen bíblica del pecado original y uno de los siete pecados capitales, opuesto en todas las religiones al ayuno. Habla del ascetismo, de Platón y de los cátaros, todos del lado de la anorexia: el cuerpo debe devenir etéreo, pura esencia espiritual. La bulimia, en cambio, está del lado del mal, de la caída, del pecado.

En la clínica, la bulimia aparece como la búsqueda de un goce imposible, un tormento, un sufrimiento. Como la anorexia, la historia de la psiquiatría incluyó la bulimia entre las perversiones del instinto alimentario. En cambio, dice Pichona:

La psicopatología actual situaría la bulimia-vómito como patología de entrecruzamiento no asimilable a las estructuras conocidas (neurosis, psicosis, perversión).  Esencialmente patología femenina relacionada con el cuerpo en una forma adictiva. 

Con Joyce McDougall, hablará de la madre: “Detrás de toda organización adictiva, encontramos la madre arcaica, la madre droga, esa que no ha podido ser interiorizada de manera estable en el mundo interno del infante.  Este fallo fundamental corre el riesgo de producir desastres psíquicos en cadena.  El sujeto está obligado a buscar sin descanso, a hacer jugar un objeto del mundo exterior el rol del objeto faltante…”

Nombra luego temas fundamentales para entender el sufrimiento del paciente bulímico: el trastorno de la imagen del cuerpo, el desfallecimiento de la función de espejo, la identificación femenina fallida, el lugar de la mirada que retiene en la superficie y borra el interior. Dice el texto, ya aproximándose al final,

El rechazo de toda interiorización hace que la bulimia rechace el alimento ingerido, antes tan codiciado.  No puede conservarlo y menos aún hacerlo suyo.  Si lo hace, queda como un cuerpo extraño de tonalidad persecutoria.  Vómitos o laxantes, se instala un vaivén más repetitivo que compulsivo, hecho de la sucesión bulimia-vómitos, y que puede tomar la forma paroxístico dramática de hasta veinte crisis por día, que evoca más el movimiento masturbatorio que el juego del fort-da.  Triunfa el narcisismo de muerte sobre el de vida, según lo plantea Green (1983).  La raíz misma del funcionamiento mental se subvierte: el placer de la ensoñación, de asociar, el deseo de investir, que suponen un juego de la diferencia, la presencia y la ausencia, se intentan abolir en las crisis.  La conducta bulímica tiene tendencia a drenar los investimientos del sujeto y lo que resta en él de apetencia objetal.

Allí, ya sobre el final, la referencia a las enseñanzas de Green, el desinvestimiento, la pulsión de muerte. Esto me recuerda una cierta extrañeza que me provocó en principio la lectura de este escrito que no conocía.  En 1991 se editó un libro de Ginette Raimbault y Caroline Eliacheff que Pichona nos recomendó con entusiasmo y cuya lectura resultó fascinante. Se llamaba Las indomables figuras de la anorexia y en él se estudiaban grandes mitos anoréxicos de la historia como la emperatriz Sissi o Catalina de Siena. La hipótesis subyacente era la idea de que en la historia familiar de estas grandes figuras de la anorexia existía siempre la figura de un muerto, un muerto significativo cuya muerte había sido desmentida. La anoréxica ocuparía inconscientemente el lugar fantasmático de ese muerto. Es para mí un enigma que Pichona no lo incluyera en sus reflexiones. Un enigma de tantos que ya no podremos develar, no la tenemos con nosotros para preguntarle el por qué, para compartir una charla animada, un material clínico o un secreto personal.

Pero está presente en nuestros recuerdos y en nuestro quehacer psicoanalítico. Si es verdad que la vida continúa mientras alguien se acuerde de nosotros, no me cabe duda de que Pichona tendrá una larga vida.

 

 


 

HOMENAJE A PICHONA

Carlos Blinder

Hoy te recordamos, querida Pichona
Y qué mejor recuerdo que aquellos recuerdos  que el tiempo no borra
Son casi 40 años desde aquellos lejanos 80
El horror hizo exilarte.
El secuestro y muerte de tu hijo te llevo a Brasil, tu hija y tu nieta luego a Barcelona.
Llegaste con tu energía, con tu fuerza en sobreponerte y con tu sabiduría
Recuerdo tu frase cuando me adentraba con mis dudas y mis temores en el psicoanálisis de niños: “no te preocupes, tienes pasta de psicoanalista “.
Y Pichona no exageraba en adjetivos, y menos adulaba.
Y fue una frase que me marcó. Como me marcó a mí y a muchos más el conocerte.
Vinieron las supervisiones, los grupos de estudio en la calle Elisa.
Transmitías con esa claridad, esa experiencia y esa generosidad...
Nos contagiaba tu curiosidad y tu pasión
Por la lectura, por la música, tu pasión por la enseñanza, tu pasión por los perros
Conocimos a Orfeo, tu fiel compañero canino.
Tu solidaridad nos hizo participar como docentes en una formación propiciada por el colegio de Psicólogos  en los Pompeyanos.
Y el proyecto de la Escola en el 92. Otra más, además de la de Buenos Aires y Río.

Las chicas de oro como te llamábamos junto a Clara Arno y Lucy Jachevasky en la asignatura que daban las tres .Un lujo
Tu capacidad de convocatoria permitió que colegas de diversa orientación teórica se sumaran a nuestro proyecto. Siempre has sido abierta a escuchar otras opiniones.

Era la primera vez en Barcelona que una escuela nucleara  a profesores afines a Freud, Klein, Bion, Meltzer, Winnicott, Lacan, Mannoni, Dolto, Green, Pierre Marty.
Recuerdo aquellas reuniones con  cenas en tu casa, organizando la Escola, siempre tu cuidado y tu hospitalidad.
Y luego vino el libro de clínica  psicoanalítica con niños con Joe Knobel  y conmigo.

Nos convocaste a hacerlo junto y fue un honor y un placer, en esos encuentros tan ricos donde debatíamos y escribíamos.
Un caso celebre de Pichona con el que finaliza este libro es “el pequeño Odiseo” y que resumiré para mostrar como trabajaba en el tratamiento de niños.

Comienza relatando   la última sesión, luego de 7 años de tratamiento.

 Su paciente, Eduardo, ahora con 12 años, entra a la consulta llevando en su mano un libro: La odisea en versión infantil. Cuenta que le resultó tan interesante que no lo pudo dejar. Se le pregunta que capítulo le interesó más y dice que el de Polifemo, sobre todo por lo hábil que es Ulises, que se hace llamar Nadie y puede salir debajo de las barrigas de las ovejas. Ulises, con su habitual astucia, emborracha a Polifemo, su captor y lo ciega clavándole una vara en su único ojo. Al sacar a pastar a sus ovejas y tocarlas, no descubre que debajo se esconde Ulises y sus compañeros. Cuando los otros cíclopes pretenden ayudar a Polifemo y le preguntan quién lo había dañado, responde Nadie, por lo que lo abandonan. Una vez a salvo, nuestro héroe le grita a Polifemo que no se llama Nadie, sino Ulises.

Sabia caracterización esta, escribe Pichona, de un tratamiento que fue una odisea para él y para la analista, en la que se denomina nadie a un sujeto con nombre, que sale airoso de una situación mortífera, usando su inteligencia y su astucia.

El comienzo de esta Odisea se remonta a 7 años atrás, con la llamada telefónica de una señora que pide que se le recomiende un colegio con internado para retrasados profundos. Se la cita y aparece con un niño de 5 años con trastornos motores evidentes, torpe, que grita con sonidos guturales, y ante la invitación a entrar en la consulta, se separa de su madre sin despedirse ni tener en cuenta la situación diferente y extraña.

En la primera  hora de juego, ya Pichona nos muestra  como intuye que el niño no es un débil profundo, sino un niño psicótico, uno más de los que suelen poblar los depósitos escuela de deficientes. Gritando, coge unas tijeras que había sumergido previamente en una pica y se las intenta colocar, abiertas, en sus sienes. La analista se las arrebata, ya que iban directamente a los ojos del niño. Parecía que estaba escenificando su nacimiento.

Pichona cita a la madre a otra entrevista, comentándole que era importante que también acudiera el padre. Es algo que siempre insistía: aunque venga la madre sola y te diga que el padre está muy ocupado, que ella le va a trasmitir todo lo hablado, hay que ver al padre, escuchar su palabra, o por lo menos, hacer todo lo posible para que así sea. Y por supuesto también en padres separados.

Va indagando la historia del niño, y como fue confundido con un tumor benigno hasta el cuarto mes, en que comenzó a moverse. La madre no pudo desearlo de otra manera y quedo atrapada en ese malentendido inicial. Ella no quería tener hijos, era un proyecto lejano, sino imposible. Decidió negar el embarazo, como si no ocurriera. No podía confeccionar la canastilla, ni destinar ni prepararle una habitación. Va indagando en los deseos de los padres.

“El niño fue percibido como un órgano superpuesto, significante corporal no significado, y al ser sobreinvestido como parte del cuerpo materno, no remitirá al padre, en tanto objeto sexual creador. Negado como hijo del padre, es el hijo de nadie”

Es descrito como un pequeño monstruo: no habla, solo grita de forma estridente, insulta y  golpea todo lo que tiene a su alrededor. Vive aislado en una habitación del fondo de la casa, amplia, con un gran jardín, Su único compañero es un perro llamado Capitán, que en una ocasión participará de una sesión y al que cuidaba y prodigaba alguna caricia. No jugaba con juguetes, sino que acumulaba desechos de objetos. A veces comía desperdicios que cogía del cubo de basura. Controlaba esfínteres, pero a veces usaba el pis y la caca en sus agresiones. Dormía muy mal, con continuas pesadillas, por lo que se lo medicaba.

Es diagnosticado de daño cerebral sin localización.

El parto fue largo y difícil y tuvieron que aplicarle fórceps, de ahí las tijeras en la primera sesión. Cuando la madre se despierta  de la anestesia y lo ve, con un gran hematoma en la cabeza en forma de punta, como consecuencia de los fórceps, comenzó a gritar: “Este no es mi hijo, esto es un monstruo, llévenselo”.

 Durante 3 días se resistió a verlo, decidió no amamantarlo y al llegar a casa contrató a una canguro que lo cuidaría junto a la abuela. La elección del nombre lo realizó la abuela, con el consentimiento de los padres.

“Todo sujeto al nacer, y también antes,  puntualiza Pichona, se inscribe en un mito familiar, en una historia. Los fantasmas de los padres, que remiten a su propia historia, ya lo han configurado. Eduardo era un personaje no humano. Vino mal desde un principio, era un hijo que no debían haber tenido. Luego tuvieron otros dos a los que desearon para compensar tanta desgracia.

Quedaba claro el deseo filicida que ahora se expresaba en depositarlo en una institución, en hacerlo desaparecer.”

Por el comportamiento del niño en la hora de juego, y por su historia… y por el olfato clínico que siempre apreciamos en Pichona, y que luego de las supervisiones nos mirábamos y comentábamos.” Pero es un poco bruja, ¿no?, ¿cómo se dio cuenta de esto?”,  hizo que cambiara el diagnóstico hacia la psicosis, sin negar la problemática intelectual.

Había en esta historia una falta de historia. Pichona siempre reiteraba: pregunten, armen una historia, indaguen en los detalles, al estilo freudiano, y pregúntense, cómo cuando ven un cuadro, al ver los dibujos del test proyectivo, que les dicen, que les trasmiten. Que les impacta.

Eduardo fue investido a nivel de lo funcional, pero no a nivel del deseo. Su cuerpo estaba hecho de fragmentos, testimonio de la ley materna.

Se les devuelve… otro tema importante que también señalaba: la devolución a los padres: ser cuidadosos, que puedan elaborar lo que se les dice, pero tampoco negar la gravedad si la hubiera, no ser cómplices de la negación familiar. La devolución diagnóstica, que no es poner una etiqueta, también es un arte.

Se establece un contrato de cinco sesiones semanales y algunas entrevistas con los padres a lo largo del año. Y el trabajo con los padres… Pichona matizaba que no es efectivo decirle a una madre en las primeras  entrevistas,  que colecha con su hijo,  que deje de hacerlo para que él tenga un lugar propio,  separado de ella, sin un trabajo previo en que la madre pueda elaborar esta situación.

Pichona divide el tratamiento en cuatro etapas.

La primera, caracterizada por una extrema violencia, atacaba  la consulta. El encierro lo enloquecía, respondía con pánico, no hablaba, aullaba e intentaba pegar y patear a la analista. Tenía una confusión total entre él y la terapeuta, que se evidenciaba, por ejemplo, en cubrirse de saliva e intentar hacer lo mismo con ella.

Las interpretaciones iban dirigidas a nombrarlo y nombrar a la analista, es decir a diferenciarlo. Al final de esta etapa, comenzó a meter restos de juguetes, ya que lo había destrozado todo, en el agua, con gritos de pánico. Descubrió el armario e intentó meter ahí los trozos... Se trataba de una relación continente-contenido, que también se expresaba a través de intentos de  agujereamiento del cuerpo del analista, como meterle los dedos en los ojos, en las orejas, en la boca...

Pichona puntualiza que hay una falla en el Otro. El otro ha de estar perforado por el significante para que el pequeño cuerpo no lo esté. A falta de la presencia de ese Otro que ocupa un lugar fundador, lo real no se transforma en imaginario y por lo tanto, tampoco hay simbólico.

A veces entraba en la consulta en cuatro patas. Con huesos en la boca que había tomado del cubo de basuras, pidiendo que se lo llamara con el nombre del perro de la analista, que había escuchado en alguna ocasión.

En la segunda etapa, el cambio fue dado por una alucinación cargada de muerte. Ese día no entró gritando, sino que miró ensimismado el techo. En un momento, subió con gran rapidez a la mesa y desde allí se arrojó al cuello de la analista para ahogarla, mientras gritaba desesperado; “Bruja, bruja, te crecen los dientes, me vas a comer”.

Con esfuerzo, Pichona pudo separar al paciente y rodeándolo con una toalla, le interpretó el deseo de hacer aparecer a la analista en lo real como madre devoradora.

Su actitud cambio, dijo suavemente “mamá”, se fue a un rincón, se colocó en posición fetal y lloró con lágrimas la primera vez.

A partir de ese momento, comenzó a hablar corrientemente, después de decir mama, con una mezcla de ternura y de dolor. Fuera de las sesiones hablaba pero muy poco, en las sesiones nada.

A partir de entonces aparecieron sus fantasmas orales. Dar y recibir comida, comer y ser comido. Pasó por etapas de intenso pánico, con autoataques y  en las que gritaba nuevamente bruja, pero no ya como una alucinación, sino como imagen disociada cargada de maldad y proyectada a la analista.

Cuando salía de las sesiones, si no lo recogía su madre, se iba a la mitad de la calle y se tumbaba, con el evidente riesgo de accidente. En la entrevista con los padres, que aceptaron los grandes progresos, se les pidió que lo cuidasen de forma especial. Sin embargo, al contrario, la madre comenzó a olvidarse de ir a buscarlo. Llegaba tarde y luego dejo de ir.

Se le interpeló a la madre que contesto: y bueno, el destino es el destino”.

Pichona, que no se cortaba en anteponer la ley, le responde que ese destino tiene nombre: “filicidio” y pone como condición para continuar el tratamiento del niño que la madre se trate también. El padre acota que en realidad deberían tratarse los dos, y comienzan sus procesos terapéuticos.

Se produjo el efecto de una prohibición: “No matarás”.

Se le detecta en esta etapa una cardiopatía congénita, al sufrir un desmayo, y se le opera con éxito, Nuevamente entre la vida y la muerte. Al salir del postoperatorio, vuelve a babear. Dice “me destaparon la herida, me vi la herida”. La analista pide una espera antes de propiciar una consulta neurológica, y trabajó la castración en lo real. El síntoma desaparece.

La madre se sentía muy culpable y aterrorizada de que se cumplieran sus deseos de muerte de su hijo. Relató una infancia solitaria, su relación simbiótica con la madre, un padre ausente y un matrimonio sin amor.

Pichona siempre insistía en indagar las historias de los padres, el Edipo ampliado, qué lugar ocupa el hijo en la economía psíquica de los padres, que identificaciones alienantes planean sobre el sujeto.

La tercera etapa fue la del aprendizaje. Hablaba y sonreía y se estableció con la madre un vínculo cariñoso. Se incorporó a la vida familiar.

El juego en las sesiones era rico, dramatizaba las situaciones familiares a través de una incipiente identificación masculina.

Las interpretaciones se referían fundamentalmente al tránsito edípico.

La última etapa se relaciona con la escolarización. Ingresa en una escuela para niños con problemas, pero no de débiles mentales.  Leía en las sesiones y fuera de ellas dibujaba mucho en papeles y en la pizarra.

La madre, profesora de letras, comenzó a escribir poesías.

Debido al trabajo del padre, debieron dejar el país. Así termino su tratamiento.

Los últimos 3 años, cuando ya estaba muchísimo mejor, comenzó a ir solo a la consulta. La primera vez trajo a su perro Capitán, mostrando la importancia identificatoria que había tenido este animal en su vida, Era un importantísimo vínculo afectivo mutuo.

Volviendo a la última sesión, después de comentar la astucia de Ulises, Pichona le comenta lo que significó su análisis, su pasaje de Nadie a Eduardo.

Entonces dice que quiere hacer un juego. Abrió el armario de las cajas y se metió en el último estante, que estaba vacío. Pidió que le cerrase con llave, que él golpearía la puerta cuando desease salir y que la analista le sacase suavemente desde la cabeza. Así ocurrió: se reprodujo su nacimiento, esta vez nacía cuando quería y se lo recibió con cuidado. Salió lentamente, su cabeza entre las manos del analista se puso de pie y dijo ya puedo irme”.

Y se fue.

Diez años después, vuelve por propia iniciativa. Ha vuelto al país para quedarse. Es un joven muy alto, que con simpatía relata que cursa estudios de enseñanza secundaria comercial y espera comenzar a trabajar, sus padres se han separado, su madre escribe poesía.

Recuerda a su analista, también la última sesión, pero no recuerda el desarrollo del análisis,

Pichona termina escribiendo: “son estos los análisis que marcan la vida de un analista porque fue más bien una humanización que un análisis. Y se pregunta: ¿pero acaso todo análisis no es al fin de cuentas un proceso de humanización?”

También los vínculos humanos nos ayudan a humanizarnos.

Cuando nos transmiten aliento, fuerza, curiosidad, pasión y vitalidad.
Fuiste una gran madre que permitió que tus pichones, como nos llamabas, remontáramos vuelo.

En Argentina se suele llamar cariñosamente “viejos” a los padres.

Para Joe y para mi eras “la vieja”.

Cuando me exile en Barcelona, traje conmigo mi nombre de la militancia, con el que todavía me llaman mis viejos amigos de aquí y mis viejos compañeros de grupos de estudio.

Pero, vaya curiosidad, con Pichona y en la Escola, recobré mi nombre. Algo otra vez de los nombres…algo que uno recobra.
Y el tiempo fue pasando.

Fuimos creciendo profesionalmente. Se sucedían las promociones en la Escola.

Eras siempre la Directora, la referente, quien resolvía con tu saber hacer lo conflictivo de las relaciones humanas.

Y el tiempo siguió pasando…pasando y pasando.
Últimamente  ya no dabas clase.

Iba a comer quincenalmente a tu casa.
A veces te consultaba alguna situación clínica, y siempre respondías con tu perspicaz olfato.
Y  a veces me decías:” aunque sean 5 minutos, pero vení”. Una vez me dijiste, con tu ironía: “bueno, me parece que la visita ya se tiene que ir…”
Y sonreías, algo cansada.

Te fuiste apagando de a poquito, querida Pichona, pero no se apagó tu sonrisa, esa sonrisa eterna y contagiosa, no se apagó lo que transmitiste a tantas generaciones: tu ética, tu fuerza, tu respeto a los niños, tu curiosidad, tu pasión por la lectura, por la música, por el arte.

Gracias por haberte conocido, gracias por habernos permitido estar a tu lado, gracias por todo lo que nos diste, y vaya como ejemplo el caso Odiseo...,

Gracias por todo Pichona.

Y hasta siempre

 

 

 

 

 

 

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