La conversación ordinaria como instrumento de la técnica psicoanalítica
CARLOS SÁNCHEZ
«¿Ha visto Vd. Arizona baby?» (Ogden, 2007). Para los que no conozcan el film, la película de los hermanos Coen narra la historia de un reincidente ladrón de poca monta (Nicolas Cage) que se casa con la policía que le hace las fotografías de identificación cada vez que es detenido (Holly Hunter). Cuando la pareja descubre que no pueden tener hijos, deciden raptar a uno de los quintillizos que acaba de tener la esposa del propietario de una cadena de supermercados con la esperanza de que no se darán cuenta porque como «son tantos»…
«¿Ha visto Vd. Arizona baby?» El señor B, uno de los dos pacientes de los que habla Thomas Ogden en su artículo «Hablar/soñar» (Ogden, 2007), era el menor de cinco hermanos y había sido objeto de humillaciones y vejaciones sistemáticas por parte de los tres mayores; aprendió enseguida a «hacerse invisible» al tiempo que mantenía la esperanza de que sus padres, especialmente la madre, se dieran cuenta de lo que pasaba sin tener que decir nada. Ogden refiere que los cuatro primeros años de análisis fueron el encuentro desvitalizado con un hombre que sopesaba cada una de sus palabras atravesado por el doble temor de ser humillado (transferencia fraterna) o de pasar de largo de aquello que era esencial (transferencia materna).
Sin embargo, últimamente el contacto con el analista se había hecho algo más vital. La película de los hermanos Coen le gustaba muchísimo y el día de la sesión en cuestión había oído hablar de este film a una mujer en términos que le parecieron estúpidos. El analista contestó a la pregunta diciendo que, efectivamente, había visto la película varias veces. El paciente rebulló sobre el diván. Con un tono más intenso de lo habitual, dijo que esta mujer trataba la película como si fuera un documental.
Esos comentarios le hacían perder los estribos; era una película que le gustaba mucho, conocía los diálogos de memoria, y detestaba que se pudiera denigrar tan tontamente. El analista contestó que había ironía en cada secuencia del film y que la ironía es un sentimiento que puede dar miedo porque nunca se sabe cuándo puede volverse en contra de uno mismo. El paciente continuó: «Esta película no es un documental, sino un sueño.» Habló de algunas de las escenas y finalizó diciendo que sentía dejarse llevar por todo eso. «¿Por qué no dejarse llevar?» le contestó el analista. «La escena que prefiero —dijo el paciente— es hacia el final, cuando Nicolas Cage habla en off. Ahí se ve que haría cualquier cosa por tener una segunda oportunidad, pero también que tiene miedo porque se conoce y sabe que corre el riesgo de fastidiarlo todo de nuevo». El analista replicó: «En la última escena, Nicolas Cage imagina una pareja —quizá Holly Hunter y él mismo— con sus hijos y sus nietos». El paciente le interrumpió entonces, excitado, buscando explicar lo que le hacía sentir ese momento del film sin llegar a encontrar las palabras adecuadas. El analista le contestó que para él, la voz de Nicolas Cage sonaba diferente en esa escena: ya no hacía las cosas para complacer a Holly Hunter sino que había habido un cambio verdadero en su manera de ser y eso podía percibirse en su voz. El paciente asintió y contestó «sí, eso es».
Semanas más tarde, hablando sobre esta sesión, el señor B dijo que antes pensaba que había cosas de las que se debía hablar en el análisis como la sexualidad, los sueños o la infancia. Ahora le parecía que lo más importante no era tanto aquello de lo que se hablaba sino la manera de hacerlo.
Hasta aquí el paciente de Ogden. Espero que más tarde cobre sentido el por qué de una cita tan larga y puedan disculparme por ella.
Veamos ahora dos ejemplos mucho más breves.
La paciente, a la que llamaré Ana, busca piso. Ha ido a ver una habitación de una chica que, por motivos económicos, se ve obligada a aceptar a alguien en su casa. Durante la visita, al ver cómo todo estaba atiborrado por los objetos de la propietaria, tuvo el sentimiento de que en aquella casa no llegaría a tener un sitio propio, sería una «acoplada». El analista asocia con la familia de Ana. Se trata de la tercera hija, hay dos hermanas mayores: ¿estaba todo atiborrado, lleno, cuando ella apareció en la familia?, ¿fue una «acoplada»?
El terapeuta le dice: «su comentario me ha hecho pensar...». Pero no, no lo cree. Entonces se inicia una conversación acerca de cómo se reciben los hijos en las familias: el analista le dice «muchas fotos al primero, menos al segundo...». «Sí, tiene Vd razón. Yo no tenía apenas fotos. Claro que eso coincidió con el final del exilio de mis padres; yo tenía un mes.» ¿Exilio? ¿Qué exilio?, piensa con estupor el analista. Ana se explica, el analista se entera —y quizá también Ana— de que ha habido un exilio por razones políticas y podemos preguntamos cómo vivieron eso sus padres, qué debía tener en la cabeza su madre embarazada pensando en la vuelta y en el bebé que estaba por nacer... Ana nunca había pensado en esas cosas.
Cambiemos de escenario. Julia padece desde hace años una cefalea continua, intensa e invalidante que no mejora con nada y que la hace consumir gran cantidad de analgésicos. Hoy explica que lleva un mes con dolor de cabeza. Ha ido a ver al neurólogo. No tiene nada más que decir, «no ha pasado nada». El analista se resiste a creer que «no haya pasado nada» en la mente de la paciente, pero Julia, eso dice ella, no piensa; tiene una vida limitada: de casa al trabajo y del trabajo a casa. Poco a poco podemos hablar de su trabajo en la tienda; el sábado pasado trabajó poco ya que el día anterior fue el de la manifestación. «¿De la manifestación?», dice el analista. «Sí, contra el terrorismo, por el hombre al que pusieron una bomba en su coche.» Incluso llegó a oír la explosión… luego se enteró de que había ocurrido en el camino que utiliza habitualmente su hija para ir al instituto, aunque en aquel momento la chica se encontrara en casa. Cuando supo lo que había ocurrido no pensó nada, solo se puso a temblar…
El recurso a la conversación ordinaria como instrumento de la técnica analítica es algo familiar para los psicosomatólogos que se ocupan de pacientes que, como Julia, presentan una verdadera abrasión de la capacidad representativa (Marty, 1989; Parat, 1993; Rosé-Flandin, 1993). Uno de los principales problemas es cómo acoger su funcionamiento mental, cómo hacer posible el encuentro con alguien que propone al analista una relación «blanca», meramente funcional. Al proponer la conversación, al ofertarse como objeto de relación y no de transferencia, el analista se apoya en lo que Catherine Parat (1993) ha llamado «transferencia de base». La transferencia de base hace posible el encuentro y este, a su vez, fortalece el vínculo entre paciente y analista.
La conversación se origina siempre en algo propuesto por el paciente, sin imponer la subjetividad del analista; supone una ayuda a la verbalización y promueve la capacidad representativa con la intención de que el preconsciente llegue a cumplir su función de barrera frente a la somatización: es decir, dar palabras a aquellos que no las tienen para expresar su sufrimiento.
El analista se interesa, pregunta por los detalles, no se conforma con los «titulares», como por ejemplo saber que ayer fue al cine; quiere saber qué película vio, con quién fue, de qué hablaron, qué sintió.
Se trata de que el paciente pueda percibirse a través de su relato, es decir, que cobre conciencia de sí mismo, pero también de que tome conciencia de su existencia, es decir de ser para otro, de ser en la mirada del otro. El analista piensa, asocia, ata cabos, vincula lo que dice el paciente con lo que dijo, lo que cuenta con lo que contó, se muestra pensando en él, en lo que ha dicho. Al interesarse por lo que pueda contar, el analista está señalando implícitamente que el paciente es interesante en sí mismo y de esta forma contribuye a sostener su narcisismo; se coloca sin reservas frente al Yo Ideal tiránico que obliga al paciente a escoger entre ser megalómano, si se identifica a él, o miserable si se le opone.
Cuando la conversación es «bien temperada» no existe entre los participantes ni un acuerdo demasiado perfecto —que borraría la diferenciación entre ambos— ni un desacuerdo absoluto, que sería insoportable para quien solo puede concebir el funcionamiento mental de los otros pensando que es idéntico al suyo. Se trata no solo de evitar el silencio, traumático para quién no puede ocuparlo con sus representaciones, sino también de relanzar el funcionamiento mental y eventualmente promover y subrayar la aparición de los afectos, aunque a veces, como en el caso de Julia, emerja el componente somático (el temblor) desarticulado de su componente psíquico.
Pero la conversación como instrumento técnico no es patrimonio exclusivo de los psicosomatólogos. Otros psicoanalistas han llamado la atención sobre ella en circunstancias muy diferentes. Por ejemplo, René Roussillon (2005) hace referencia a algunos pacientes que, teniendo generalmente una experiencia analítica previa, se muestran capaces tanto de asociar con gran facilidad como de hacer comentarios pertinentes sobre su funcionamiento psíquico o sus sueños, pero parecen, sin embargo, estar desprovistos de afecto. Ni esperan nada del analista (que, por otra parte, se pregunta qué podría decirles) ni tampoco está muy claro que su discurso esté dirigido a él. En estos casos el analista experimenta un sentimiento de aislamiento, de imposibilidad de entrar en contacto emocional con el paciente.
La hipótesis de Roussillon es que esa forma asociativa es complementaria a un objeto psíquicamente ausente y tiene como objetivo yugular el efecto de decepción que produciría (que produjo) la ausencia psíquica del objeto. Si el analista interviene al modo clásico, sus comentarios son aceptados y colocados al lado de aquellos de los que ya dispone el paciente; si, desesperado, decide revelar esta construcción, se cortocircuita el trabajo psíquico necesario para que el analizando pueda apropiársela convirtiéndose en una «construcción salvaje». Roussillon propone la adopción de una posición activa, que denomina «conversación psicoanalítica», en ruptura tanto con el estilo asociativo del paciente como con la actitud psicoanalítica habitual. Se trata de hacerse presente como objeto, por ejemplo proponiendo algunas preguntas directas, o bien haciendo partícipe al analizando de las cuestiones que el analista se plantea en relación a las situaciones o a las personas que son evocadas por él durante la sesión.
Pero no solo eso. El paciente acude con un trabajo de recolección aglutinado en un fragmento de actividad psíquica inconsciente; esto llama a un «acuse de recibo» por parte del objeto. El analista toma lo que trae el paciente y le propone otra forma de comprender o interpretar ese fragmento de vida psíquica; el paciente puede responder aportando sus propias transformaciones. Analista y analizando se embarcan así en una conversación que Roussillon compara al juego del garabato de Winnicott. Esto tiene consecuencias importantes. Cito:
La alternancia del trabajo de «transformación» del sentido de una secuencia psíquica (…) subraya que forma y sentido no son inherentes a los contenidos psíquicos en sí mismos, sino que resultan de un cierto tipo de trabajo (…) tanto para el analizando como para el analista; a partir del momento en que esto se reconoce, queda abierta la cuestión de qué es aquello que determina que se escoja tal o cuál interpretación (Roussillon, 2005).
Es decir, queda abierto el camino a la subjetivación. Como ven, aquí noshemos deslizado ya hacia algo que solo podríamos llamar «conversación ordinaria» con algunos reparos. Si en la primera parte de su trabajo la propuesta de Roussillon se parece bastante, al menos en su forma, a la conversación que proponen los psicosomatólogos, en esta segunda, tenemos a un analista que se deja llevar por su capacidad asociativa para proponer al paciente una nueva versión de lo que este trae.
Sin embargo, por más diferentes que sean los dos tipos de conversación, la que proponen los psicosomatólogos y la «conversación psicoanalítica» de Roussillon, ambas comparten algunos rasgos. Se trata de conversaciones instrumentales, es decir, amparadas en una teoría que les da cobijo, son el instrumento para conseguir algo que está muy presente en la mente del analista: dar consistencia y ampliar el preconsciente del paciente en el primer caso, mostrarse como un objeto presente y disponible en el segundo. Por otra parte, en los dos casos el estatuto del psicoanalista, su subjetividad, no está puesta en cuestión, se mantiene bien definida durante todo el proceso.
Volvamos ahora a la conversación entre Ogden y el señor B e intentemos observar lo que ocurre. Tenemos, en primer lugar, al analista experimentado que piensa pero no dice nada. Sabe que, por ejemplo, el señor B no ha formulado prácticamente ninguna pregunta directa en todos los años de análisis y que el hecho de que se haga «visible» a través de ella no es banal; como tampoco lo es que muestre un interés manifiesto por lo que pueda haber en la mente del analista; por otra parte, se trata de una película dirigida por dos hermanos que hacen cosas estupendas y el analista se pregunta si hay ahí una invitación implícita para recuperar con él una experiencia fraterna, creativa en este caso, que el paciente no pudo vivir.
Un segundo nivel son las comunicaciones verbales de Ogden que expresan algo extremadamente condensado. Cuando le dice al señor B que sí ha visto la película, el analista piensa en lo que acabo de comentarles y son esas consideraciones las que, a su juicio, impiden devolverle sencillamente la pregunta al paciente. O también, cuando le contesta «por qué no dejarse llevar» está implícito que el paciente había tenido buenas razones en su infancia para pensar que era peligroso dejar aparecer su agresividad.
En tercer lugar, tenemos al analista jugando al garabato winnicottiano, es decir, añadiendo algo («sí, he visto la película varias veces») o proponiendo al paciente una reformulación, una visión diferente, de algo que este ha dicho. Pero lo que me parece más llamativo son las intervenciones en las que el analista da libre curso a sus propias asociaciones. Cuando Ogden habla de la ironía o cuando interviene sobre la última escena del film, parece haberse abandonado a un non sequitur, a algo que no guarda ninguna relación con lo que el paciente acaba de decir. Y sin embargo, y a diferencia del discurso narcisista que no está destinado a establecer contacto, las palabras del analista lejos de bloquear la conversación la impulsan aún más lejos.
Llegados aquí temo que voy a provocar su desconcierto al proponerles que, por un momento, volvamos a Freud. Desde su trabajo como neurólogo, Freud tiene una idea asociativa del psiquismo a la que no renunciará nunca y que da sentido al método de la asociación libre (Roussillon, 2009). La salud es el funcionamiento asociativo sin trabas, la patología la interrupción del flujo asociativo. La hipnosis trata de sacar a la luz una escena traumática disociada, separada de la conciencia, que ni puede acceder a la descarga ni puede integrarse en el conjunto de representaciones.
Cuando renuncia a la hipnosis, coloca la mano sobre la frente de los pacientes asegurándoles que al retirarla aparecerá lo que están buscando; lo desconcertante es que surgen ocurrencias que no vienen al caso. Pero funcionamiento asociativo quiere decir también determinismo, y Freud se aferra a ello: no hay ocurrencias arbitrarias sino formaciones sustitutivas de lo reprimido. En este camino, por cierto, se ha pasado del inconsciente lagunar del núcleo traumático a un inconsciente-sistema constituido por el juego de pulsiones y defensas (Donnet, 2012). Este será el método de La interpretación de los sueños o de Dora: se parte de un elemento y sobre él se solicitan asociaciones; es el analista quien hace la síntesis de estas cadenas asociativas y se la da al paciente. Pero con el tiempo, Freud llega a la convicción de que no es necesaria la representación de partida, que la asociación solo es libre en apariencia y que siempre está regida por «complejos asociativos» inconscientes.
Es el momento de la formulación explícita de la regla fundamental que todos ustedes conocen y no recordaré aquí. Dice Freud en 1907 (citado por Roussillon, 2009):
La técnica del análisis ha cambiado en la medida en que el psicoanalista ya no busca obtener el material que le interesa a él sino que permite al paciente seguir el curso natural y espontáneo de sus pensamientos…
Recordemos que se trata de, cito: «descubrir lo escondido, olvidado,reprimido en la vida anímica» (Freud, 1910). Es decir que estamos en la visión de la cura como resolución de la amnesia. Pero como señala Jean-Luc Donnet (2012), la introducción de la regla marca una ruptura metodológica que lo cambia todo: en primer lugar, introduce un tercero entre paciente y analista; en segundo lugar, al colocar toda la sesión bajo el imperio de la asociación libre ya no hay momentos en los que el paciente habla en su nombre y otros en los que asocia sin saber a dónde va; tercero, la regla hace desaparecer la referencia a un «objeto» de investigación previamente existente e implícitamente designa la sesión como el espacio-tiempo de producción e interpretación del objeto analítico.
Y finalmente, la dimensión procesual se hace más importante que lo dicho explícitamente. Cuando en 1922 Freud redacta los Dos artículos de enciclopedia (Freud, 1922), la idea de que los oscuros secretos del analizando son lo más importante prácticamente ha desaparecido; al mismo tiempo hay una afirmación inequívoca de que el trabajo psicoanalítico se realiza de inconsciente a inconsciente.
Finalmente, poco antes de morir Freud (1937) aseverará algo que parece contradictorio.
De un lado, reconocimiento del fracaso de la idea de la cura como desaparición de la amnesia; de otro, máxima valoración de la asociatividad que se convierte en el criterio para juzgar las intervenciones del analista. El psicoanálisis postfreudiano, comportándose en esto como Freud que nunca descarta nada, seguirá aceptando la asociación libre, ya sea «focal» o «generalizada» (Roussillon, 2009), como medio para acceder al inconsciente reprimido del conflicto, pero, al mismo tiempo, «ensanchará» sus funciones, especialmente la de crear un puente entre el psiquismo del paciente y el del analista para construir una unidad de pensamiento inconsciente (Bollas, 2006).
Cuando paciente y analista están comprometidos en facilitar el acceso al pensamiento inconsciente (y no solo al reprimido) a través de la asociación libre se dan situaciones en las que, cito a Bollas (2013), «el analista está tan perdido en el proceso que no estaría plenamente capacitado para responder preguntas sobre por qué dijo algo en particular y no otra cosa». ¿No les parece que esto es lo que ocurre en la conversación entre Ogden y el señor B? En mi opinión, esos momentos de non sequitur, de aparente absurdo, que apreciábamos en la conversación pueden ser vistos como momentos en los que el analista pone su capacidad para asociar libremente al servicio de la asociación libre del paciente, lo que permite a este acceder a una manera propia de hablar, a una voz propia.
Para terminar: en esta comunicación he querido apuntar, aunque sea de manera esquemática y apresurada, cómo diferentes tipos de conversación ordinaria, entendiendo como tal aquella que se ocupa de temas aparentemente «no psicoanalíticos», pueden tener un lugar en la técnica del psicoanalista. La conversación ordinaria no es un objetivo en sí misma para el analista, sino un recurso; no viene a sustituir nada, sino a aportar algo cuando no puede hacerse otra cosa. Plantea algunas dificultades mayores. Una es la crítica que proviene del superyó profesional que pudiera ver la conversación como una maniobra de seducción o una técnica activa condenable en sí misma. Otra, tiene que ver con la dificultad o la incapacidad del analista para tolerar la regresión.
Abandonarse a la conversación ordinaria, como abandonarse a la atención flotante, requiere del analista una actitud compleja: debe ser capaz de dejarse llevar por la conversación sin tener un objetivo predeterminado y, al mismo tiempo, mantener disponible su capacidad de asociación libre para captar el pensamiento inconsciente del analizando. No puedo más que sumarme aquí a la prudencia expresada por algunos autores (Ogden, 2007) quienes sugieren que este tipo de trabajo, al alejarse en gran medida de la práctica habitual del analista, requiere tanto de experiencia como de una cuidadosa atención al encuadre.
Debo confesar que si no se le hubiera ocurrido antes al crítico Derek Attridge, me hubiera gustado titular esta comunicación «esperar lo inesperado». Por desgracia, así encabeza su comentario a la novela de Coetzee El maestro de Petersburgo. La conversación ordinaria puede ser un buen lugar para esperar lo inesperado, recuerden a Ana, la chica que buscaba piso. Eso supone para nosotros analistas mostrar una receptividad que no es ni totalmente pasiva ni totalmente activa, reconocer que todo lo que podemos hacer es preparar el terreno, ser hospitalarios frente a esa posibilidad con independencia de si se ve o no colmada, es decir, ser hospitalarios con el procedimiento.
Bibliografía
--Attridge, D. (2004), J. M. Coetzee and the ethics of reading. Chicago. The University of Chicago Press, 2004.
--Bollas, C. (2006), «De l’intérpretation du transfert comme résistance à l’association libre». En Les voies nouvelles de la thérapeutique psychanalytique. Le dedans et le dehors. André Green ed. Paris, PUF, 2006.
—(2013). La pregunta infinita, Buenos Aires. Paidós.
--Donnet, J-L. (2012), «Le procédé et la règle: l’association libre analytique», Revue Française de Psychanalyse, vol. 3, p. 695-723.
-- Freud, S. (1910), Cinco conferencias sobre psicoanálisis. Obras completas (OC). Vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1993.
—(1923), Dos artículos de enciclopedia. OC Vol. XVIII.
—(1937), Construcciones en análisis. OC Vol. XXIII.
-- Marty, P. (1989). «À propos des psychothérapies individuelles en psychosomatique». Curso 1989-1990, ADERPS, Barcelona (Texto fotocopiado).
--Ogden, T.H. (2007), “On talking-as-dreaming”. International Journal of Psychoanalysis, vol. 88, p. 575-89.
--Parat, C. (1993), «L’ordinaire du psychosomaticien». Revue Française de Psychosomatique, vol. 3, p. 5-19.
--Rosé-Flandin, F. (1993), «L’éloge de la conversation». Bulletin du Groupe Toulousain de la Société Psychanalytique de Paris, n° 5, p. 70-77.
--Roussillon, R. (2005), «La “conversation” psychanalytique: un divan en latence». Revue Française de Psychanalyse, vol. 2, p. 365-381.
—(2009), «L’associativité». Libres cahiers pour la psychanalyse, vol. 20, p. 19-36.