EL ORO, EL COBRE Y OTRAS ALEACIONES CONTEMPORÁNEAS
Regina Bayo-Borràs
IX Jornadas de Intercambio en Psicoanálisis
Técnica sin tecnología
Hablar de técnica psicoanalítica en 2016, en una época de expansión del desarrollo tecnológico, no deja de ser algo arriesgado y paradojal.
Arriesgado porque la clínica psicoanalítica se encuentra rodeada (¿quizá podríamos incluso decir acorralada?) por una multitud de técnicas psicológicas que se presentan/ se venden como más rápidas y eficaces, que dicen estar basadas en evidencias científicas de diversos rangos: desde los estrictamente biologicistas -como los que diseñan formatos terapéuticos en función de factores neuropsicológicos-, a las que se congratulan de sus éxitos gracias a intervenciones regladas con pautas, consejos, adiestramientos o aprendizajes varios.
Estar “rodeada” también implica, en determinados lugares académicos o institucionales, quedar relegada en la cuneta de los métodos terapéuticos, junto a las modalidades psicoterapéuticas ya obsoletas, o entre aquellas destinadas exclusivamente a una población selecta –y adecuadamente seleccionada- por el colectivo psicoanalítico.
En medio de esta surtida arborescencia de prácticas terapéuticas, que ha ido proliferando desde que Freud diseñara la terapia analítica (pero en especial desde finales del siglo XX), la técnica de nuestra práctica, por el contrario, se encuentra cada vez más cerca de un trabajo artesanal y creativo que de una terapia estandarizada o de un procedimiento técnicamente estipulado. Quizá por eso, presentar y defender un trabajo de estas características pueda resultar paradójico, en estos tiempos de exaltación de los protocolos y de los recursos tecnológicos. En especial porque lo artesanal y creativo suele quedar referido a las disciplinas que todavía no han logrado –o ni siquiera lo pretenden- una consistencia teórica y metodológica suficiente para enfrentar el desafío de las graves patologías del sujeto contemporáneo.
Pero, -y formulo dos preguntas retóricas- ¿es posible reducir al formato de un protocolo la complejidad del funcionamiento psíquico de un sujeto? ¿Es ético reducir la intervención terapéutica a la prescripción farmacológica?
Los Nuevos Caminos – Las nuevas aleaciones
De los llamados Escritos Técnicos de Freud, el que recuerdo me causó más impacto cuando lo leí por primera vez es el que tituló Los (nuevos) caminos de la Terapia analítica (1918). Leído en el Simposio sobre las neurosis de guerra, (¡cuántas coincidencias con nuestro tiempo actual!) Freud se pregunta por el porvenir… no de una ilusión, sino de una práctica, la de la psicoterapia analítica, que ya se estaba aplicando en EEUU y en algunos países europeos.
En ese texto –que invito a la lectura o relectura- Freud plantea claramente cómo el sujeto que padece es un sujeto social, lo que comporta que “las variadas formas de enfermedad que tratamos no pueden tramitarse mediante una misma técnica, y ello implica una actividad nueva.”
Esta formulación de Freud que articula “las variadas formas de enfermedad” con “una actividad nueva”, limita claramente las posibilidades de intervención eficaz a seguir utilizando la misma técnica (levantamiento de la represión, hacer consciente lo inconsciente, limar las asperezas del superyó edípico, etc.), y abre lo que denomina “los nuevos caminos”; es decir, promueve nuevas –desconocidas hasta entonces- articulaciones teórico-técnicas para afrontar desafíos -todavía no conocidos-, lo que a mi entender implica alentar el desarrollo del pensamiento creativo del analista. Un pensamiento creativo que lleve a una práctica actualizada, unos “nuevos caminos” en los que se incluya la diversidad de trabajo terapéutico de orientación psicoanalítica, tal como ya se están abordando las problemáticas de la infancia, de la adolescencia, de parejas, familias y pacientes con patologías severas. En esa “actividad nueva” estaría el germen de la compleja articulación entre psicoanálisis y salud mental. (Baremblitt, 1988; Galende, 1990, 1997; Hornstein, 2013; Laurent, 2014; Rotenberg et al. 2016).
En su artículo Freud también hace una clara advertencia: que la articulación ha de incluir ingredientes fundamentales, no valen adulteraciones:
“…es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia del pueblo (a las masas) nos veamos precisados a alear el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa… pero cualquiera que sea la forma futura de esta psicoterapia para el pueblo, y no importa qué elementos la constituyan finalmente, no cabe ninguna duda de que sus ingredientes más eficaces e importantes seguirán siendo los que ella tome del psicoanálisis riguroso, ajeno a todo partidismo”. (Las cursivas son mías)
Quiero resaltar cuando se refiere a “los ingredientes más eficaces e importantes”, pues enseguida me hacen pensar en los conceptos oro de la teoría y de la teoría de la técnica, de los que han dado buena enseñanza diferentes escuelas y autores en las últimas tres décadas. (Laplanche-Pontalis, 1971; Etchegoyen, 1986; Nasio, 1988; Hinshelwood, 1989; Valls, 1995; Roudinesco, 1988; Marucco, 1999; Green, 2005; Lacruz, 2011). Porque aunque el oro siga siendo el metal precioso con valor refugio, (seguramente se refiere a eso cuando dice “ajeno a todo partidismo”), no olvidemos que el cobre, tan maleable y dúctil, es un excelente transmisor, que parece cotiza al alza.
Me parece importante resaltar estas cuestiones en una época en la que hay que pensar la subjetividad desde coordenadas socio-culturales actualizadas; o dicho de otra manera, nos importa –(incluso, nos es urgente)- redescubrir cómo los acelerados cambios familiares y sociales están trastocando presupuestos que creíamos inmutables: por ejemplo, sobre la sexualidad, la identidad de género, las funciones materna y paterna, el Edipo, el superyó, las modalidades de vinculación y relación de objeto, la reproducción asistida, la maternidad subrogada, etc. etc.
El valor refugio y las nuevas condiciones
Entre colegas solemos coincidir en que dar cauce a un proceso analítico depende de múltiples factores, evitando, por ejemplo, el reduccionismo del encuadre rígido que prioriza la ritualización de las coordenadas tiempo/espacio cuando se establece el contrato terapéutico. Por supuesto que no todo vale, pero también vamos comprobando que nos son útiles modalidades de intervención terapéutica que hace apenas un par de décadas descartábamos por completo..
¿Cómo discernir las que sirven de las que no? Una buena manera sería, probablemente, evaluando sus efectos (positivos-negativos) para la marcha del proceso terapéutico. Por efectos positivos entiendo aquellas intervenciones (por acción u omisión) que faciliten la sostenibilidad del proceso y eviten incrementar las resistencias.[1] Podríamos decir que mantenemos las premisas oro de nuestra técnica para favorecer que avance el proceso psicoanalítico, sea cara a cara o con diván. Señalo algunas:
- Estamos interesados en conocer cómo se va dando la dinámica transferencia/contratransferencia/ regresión y resistencia.
- Estamos atentos para evitar la sugestión sobre el paciente, sosteniendo- siempre que sea posible- una posición de abstinencia y neutralidad con él (muchas veces relativas).
- Evaluamos los efectos que nuestra presencia/ausencia producen en el paciente.
- Instalamos desde el inicio la Regla Fundamental (AL-AF) aunque la AL no pueda darse desde el inicio. Sin embargo, el diálogo terapéutico nos puede ir llevando/facilitando la asociación libre.
Retos terapéuticos: “…Se nos planteará la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones…”
Esta tarea de adecuación nos lleva a realizar un análisis de las condiciones en las que se producen las demandas, y que condicionan el “formato/encuadre” de las consultas, y, sobre todo, la manera de intervenir del analista. Los pacientes se ven condicionados por muchos factores que no creo sea adecuado interpretar como exclusivamente resistencias al tratamiento, si bien en ocasiones pueden estar a su servicio. Nos encontramos con personas que realizan grandes esfuerzos por sostener su espacio/tiempo analítico, que hacen lo posible por superar las trabas que su situación laboral o familiar les ocasiona, logrando sostener el proceso terapéutico, del que se dan cuenta obtienen un importante beneficio para sus vidas. Estas son algunas de las “nuevas condiciones” actuales, en las que defienden con gran esfuerzo ese espacio/tiempo para pensar y reflexionar sobre sí mismos.
Esta realidad social nos interpela como analistas. Tenemos un referente de modelo antiguo, de una época ya obsoleta, y vamos realizando “adecuaciones” al formato original, que de alguna manera viene a ser más mítico que real. El riesgo, sobre todo para profesionales en formación, es que las adecuaciones (por aquello de que lo más rápido se suele considerar más eficaz) no lleguen a ser verdaderas aleaciones (teniendo en cuenta los postulados metapsicológicos del funcionamiento psíquico), sino peligrosas adulteraciones que comprometan los beneficios de la cura analítica.
Hace unos años llamábamos estrategias terapéuticas a esas modalidades de atención que no se encuadraban en el formato estándar; como por ejemplo, cuando habíamos de dar contención al paciente en situaciones de crisis, incluyendo encuentros terapéuticos con familiares, para sostener el tratamiento. En otras ocasiones, y según las demandas, nuestras intervenciones eran consideradas más como seguimientos de procesos de cambio que procesos de tratamiento terminado (si es que esto es posible). Pero esto que presento en pasado, se va actualizando cada día más. Estamos asumiendo que la mayoría de los tratamientos se producen en etapas, y nos esforzamos para que éstas queden cerradas (no como duelos sin suturar); porque si llegan a abrirse, no lo sabremos sino a posteriori, cuando eso se produce.
Como el psicoanálisis no es un sistema cerrado, tampoco podemos esperar que la teoría de la técnica sea un cuerpo homogéneo. Esto nos ofrece un gran campo en el que desarrollar el pensamiento creativo, con el que implementar tácticas y estrategias para la conducción de los procesos, utilizando diversas aleaciones que faciliten la transferencia y la elaboración.
El Psicoanálisis y sus técnicas
El psicoanálisis de la primera tópica había diseñado una técnica para atender y entender a pacientes neuróticos, pero esta dolencia no es la principal del sufrimiento humano por la que se consulta actualmente con más frecuencia. Están aflorando problemáticas graves de primera y segunda infancia, adolescencia y jóvenes en situaciones de riesgo. Un niño o un adolescente gravemente perturbados ya no suelen ser dejados de lado, como “pacientes imposibles”, lo que consideramos como un importante logro social al que no debemos renunciar.
Estos desafíos de la clínica nos han llevado a articular otras propuestas de intervención que también nos sean útiles con las patologías del narcisismo. Por ejemplo, nos involucramos con menos distancia y frialdad que la de un cirujano, aquella por la que abogaba Freud –cuidándonos del furor curandis- , situándonos entre un adentro y un afuera de la vida del paciente, y, desde luego, con más empatía y menos rivalidad que la del jugador de ajedrez. Se podría decir que hemos de mantener una posición casi de socorristas con los brazos abiertos (que sostiene y se sostiene), imagen bien diferente a la estereotipada del psicoanalista aposentado en su butaca, escuchando el relato y la asociación libre del analizante. Tampoco es la situación más frecuente la del analista- arqueólogo explorador que va desenterrando los restos traumáticos de lo reprimido, cuando quien consulta todavía no discrimina claramente las fronteras de su organización yoica. ¡Cuántos referentes identificatorios se nos han desdibujado! Pero no por tan enorme pérdida dejamos de tener el sostén interno necesario para llevar los tratamientos. Para otra ocasión queda pensar de dónde sacamos tal firme posición… además de la recomendable tarea de supervisar y re-analizarse cada cierto tiempo.
Efectivamente, cada vez nos consultan más personas de gran fragilidad y vulnerabilidad psíquica. Recibirlas y acogerlas nos lleva a resituarnos en la transferencia, a acortar algunas distancias (¡no precisamente las de las sesiones!), y ofrecerles lo que llamaría una escucha visual (¿o una presencia visual escuchante ¿?). Compruebo que el paciente espera ser escuchado con mejor predisposición (instala una transferencia menos ambivalente) si el analista no desaparece de su campo visual. Lo que denominamos el trabajo cara a cara tiene muchos componentes específicos que favorecen la estabilidad transferencial, ayudan a fortalecer la confianza en la persona del analista y en nuestro método de trabajo. Por ejemplo, para la gran mayoría de pacientes el silencio escuchante del analista se tolera mejor si éste lo acompaña con la mirada y con su gestualidad que si se halla tras el diván, fuera del alcance visual.
La conducción del proceso -en la mayoría de las ocasiones- no es tanto relevar lo reprimido, sino darle tejido simbólico al padecer subjetivo cuando éste escasea en el analizante. El uso de metáforas también nos ayuda a dar fondo y forma a lo no representado, a dar significado a las angustias tempranas de la vida adulta, y ofrecer nuevos sentidos a los que han quedado esclerotizados.
Creo que las imágenes freudianas del arqueólogo, cirujano o ajedrecista siguen ilustrando coordenadas básicas sobre el quehacer del analista, a modo de brújula-matriz; una brújula-matriz que en los tiempos actuales de nuestra clínica es como una pieza de oro pesado, pero que necesita de otras aleaciones para no quedar obsoleta. Aun así, forman parte de nuestra memoria histórica como analistas.
¿Por qué otras aleaciones? Cada vez se nos hace más evidente que se requiere de un diseño específico para cada tipo de consulta y para cada consultante (uno o varios). Como decía, estar atentos a la dinámica intrapsíquica e intersubjetiva de quien consulte; a los motivos latentes más que a los manifiestos de las demandas; procurar no escindir (denegar), sino más bien incluir, otras no menos importantes circunstancias vitales -familia, trabajo, situación vital, etc.-, que sobredeterminan las consultas y que condicionarán la viabilidad del proceso analítico, para no perjudicar el lugar del psicoanálisis como práctica terapéutica eficiente. Se nos despliega así un abanico de aspectos internos (del sujeto) y circunstancias externas (facilitadoras o no de la puesta en marcha del tratamiento) sobre los que hemos de situarnos para pensar sin precipitaciones.
Me suscribo a la perspectiva que incluye una combinación entre principios básicos –inmutables, con valor refugio (como el oro de la metapsicología freudiana), con las aportaciones de otros autores post-freudianos acerca de cómo ir pensando la clínica. Vivimos en una época de mestizajes, en la que lo PURO se asocia a lo fanático, al pensamiento único, a lo rígido. En este sentido creo que nos interesan aleaciones que conserven los conceptos oro para no devaluar/adulterar la práctica analítica. Aleaciones que incluyan los conceptos metapsicológicos fundamentales a los requerimientos básicos de formación del analista; que compartan el oro de la teoría de la técnica psicoanalítica con el cobre de estrategias terapéuticas; que permitan la continuada experiencia de la práctica clínica, una práctica adecuada a los tiempos que corren, que es precisamente cuando los pacientes necesitan detenerse a pensar sobre sus vidas.
La perspectiva retroactiva
“Pasamos revista al estado de nuestra terapia, a la cual debemos sin duda la posición que hoy tenemos en la sociedad… hemos de observar en perspectiva las nuevas direcciones en que podría desarrollarse.”
Este artículo, escrito hace 99 años, sigue siendo actual en el sentido de que hoy también estamos revisitando, en perspectiva retroactiva, las direcciones en que podría desarrollarse la clínica psicoanalítica.
Contamos con grandes avances en diferentes ámbitos como por ejemplo:
- En la comprensión de lo que conforma el cambio psíquico, como logro terapéutico;
- En cuánto se ha ampliado el conocimiento de las nuevas, –y no tan nuevas- problemáticas y patologías, que han estado bastante marginadas del tratamiento psicoanalítico estándar.
- En cuánto se ha diversificado el campo de estrategias terapéuticas, compartiendo con la farmacología, psicopedagogía, fisioterapia, logopedia, el trabajo social, etc. diseños terapéuticos individuales, vinculares, familiares y grupales.
Como antes he comentado, Freud en su artículo predecía la aleación con el cobre en las intervenciones en Salud Mental, pero siempre con el valor oro como refugio y referente fundamental para que nuestro instrumento fuera consistente; en caso contrario sólo hay avances rápidos pero efímeros, tal como lamentablemente constatamos con las llamadas puertas giratorias de algunos dispositivos de SM.
Desafíos de la clínica contemporánea
Para ir concluyendo: Además de la contraposición entre técnica y clínica; de los avances en las prácticas psicoanalíticas -que se enriquecen con nuevas experiencias y estrategias en el campo de la Salud Mental para conseguir cambios profundos y duraderos que vayan más allá de la remisión sintomática-, se nos plantean nuevos desafíos.
Estos desafíos requerirían un debate/ análisis debate sobre las fortalezas y las vulnerabilidades de nuestra práctica clínica; sobre las amenazas de ciertas adulteraciones que se exhiben y se venden como auténticas salvaciones; pero también sobre las oportunidades para implementarla más allá de los modelos estándar. La comunidad psicoanalítica está actualizando el proceder clínico con los pacientes, para atender –y entender- con menos recursos de tiempo lo que requiere de más y mejor comprensión metapsicológica. Para ello será imprescindible ofrecer a las nuevas generaciones de profesionales mayor y mejor formación, cosa que también se encuentra en “situación de riesgo”, porque no se nos escapa que también ellos esperan lograr capacitación psicoanalítica en “dosis homeopáticas”. Así que planteo la pregunta abierta de ¿Y cómo revertir estas expectativas, de pacientes y de las nuevas generaciones de profesionales?
BAREMBLITT, G. (1988) Saber, poder, quehacer y deseo. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1986.
ETCHEGOYEN, R.H.(1986) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires, 1986.
FREUD, S. (1918) Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. Obras Completas (O.C.), Volumen XVII, Buenos Aires, Amorrortu Editores 1988.
GALENDE, E., (1990) Psicoanálisis y Salud Mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1990.
- (1997) De un horizonte incierto. Psicoanálisis y Salud Mental en la sociedad actual. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1997.
GREEN, A. (2003) Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo. Buenos Aires-Madrid, Editorial Amorrortu, 2005.
HINSHELWOOD, R.D. (1989) Diccionario del pensamiento kleiniano. Buenos Aires, Ediorial Amorrortu, 1992.
HORNSTEIN, L. (2013) Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y vida cotidiana. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económico, 2013.
LACRUZ NAVAS, J. (2011) Donald Winnicott: Vocabulario esencial. Zaragoza, Mira Editores, 2011.
LAURENT, E. (2000) Psicoanálisis y Salud Mental. Editorial Tres Haches, 2000.
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NASIO, J. D., (1988) Enseñanza de 7 conceptos cruciales del psicoanálisis. Buenos Aires, Editorial Gedisa. 1989.
ROTENBERG, E. (2016) Padres e hijos… el poder de enfermar al otro. Buenos Aires, 2016.
ROUDINESCO, E. Y PLON, M. (1997) Diccionario de Psicoanálisis. Paidós Editorial, 1998.
VALLS, J.L. (1995) Diccionario Freudiano. Madrid. Ed. Julián Yebenes, S.A. 1995.
[1] El II Congreso Nacional de la Federación de Asociaciones de Psicoterapeutas (F.E.A.P.), celebrado en Barcelona (Noviembre 2014) titulado “La psicoterapia en el siglo XXI: Investigación y eficacia”, en la Mesa de la Sección de Psicoterapias Psicoanalíticas, se da buena cuenta de esta cuestión.