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De la relación analítica a la relación de poder. Eduardo Braier

Mayo 2020
Artículos generales

De la relación analítica a la relación de poder
La identificación al analista – ideal del yo


EDUARDO BRAIER


A la memoria de R. Horacio Etchegoyen, insigne maestro de la técnica
psicoanalítica y persona entrañable.


Por tentador que puede resultarle al analista convertirse en maestro,
arquetipo e ideal de otros, crear seres humanos a su imagen y
semejanza, no tiene permitido olvidar que no es esta su tarea en la
relación analítica.
S. Freud, Esquema del psicoanális (1940 [1938]).


I. Introducción. La transferencia idealizada

El paciente suele presentar una disposición a colocar al analista en el lugar del ideal del yo en algún momento del tratamiento, a la manera de los fenómenos descriptos por Freud (1921) acerca de la masa, la hipnosis o el enamoramiento. Incluso puede darse una depositación en el analista del yo-ideal, situación esta última que corresponde en especial a pacientes con una patología narcisista grave, caracterizada por un marcado déficit estructural yoico. Considero que estos hechos se ven facilitados si además se dan condiciones regresivas del encuadre y de la técnica misma.

Esta forma de transferencia, idealizada, no es patrimonio exclusivo de los pacientes con trastornos narcisistas severos; también puede darse en los neuróticos, sobre todo temporariamente y en determinadas etapas del proceso analítico.

Si bien no me propongo en esta ocasión incursionar de manera exhaustiva en la idealización y la transferencia idealizada, temas de indudable importancia en psicoanálisis, a lo largo de este trabajo citaré los aportes de algunos autores, pertenecientes a diversas líneas teóricas.

Solemos decir que, con frecuencia, cierto grado de idealización de la figura del analista acompaña inicialmente y puede favorecer la puesta en marcha del tratamiento y que juega un papel especial en la llamada «luna de miel» psicoanalítica.

Kohut (1971), uno de los autores que más estudió la idealización y la transferencia idealizada, llega a sostener que es esta última la que posibilita la realización del trabajo analítico. Yo no diría tanto, sino que para este cometido ha de bastar con el predominio de una transferencia positiva y moderada, aunque una cierta idealización transferencial ayudará en los comienzos del análisis. 

Escribe E. C. Gennari de Rocca (2014):
"Ocurre que los pacientes, transfiriendo sobre nosotros el lugar fálico del ‘sujeto supuesto saber’, tientan constantemente nuestro propio narcisismo, puesto que aman a quien suponen dotado de
perfecciones de las que ellos carecen, según la elección de objeto narcisista; quieren volver a la ilusión de omnipotencia que una vez experimentaron y perdieron, y en el fondo aspiran siempre a completarse a través del análisis.

Cuando asume una dimensión considerable, P. Aulagnier (1979) se refiere a esta transferencia idealizada con la denominación de pasión de transferencia, la que, de mantenerse, hará, como veremos en seguida, imposible el análisis, a diferencia de lo que para esta autora sería el amor de transferencia.

El analizando puede entonces —y a menudo así sucede— identificarse parcial o masivamente con el analista como objeto idealizado. Cabe hablar en este caso de una identificación de transferencia, más precisamente de una forma particular dentro de esta, ya que deriva de una transferencia narcisista.


II. Las advertencias de Freud

En 1919, el creador del psicoanálisis había ya señalado:

Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza (Freud, 1919 [1918]).

Pocos años más tarde, en 1923, Freud añadirá que si la persona del analista es puesta por el paciente en el lugar de su ideal del yo, ello crea, dice,

[…] la tentación de desempeñar frente al enfermo el papel de profeta, salvador de almas, redentor. Puesto que las reglas del análisis desechan de manera terminante semejante uso de la personalidad médica, es honesto admitir que aquí tropezamos con una nueva barrera para el efecto del análisis, que no está destinado a imposibilitar las reacciones patológicas, sino a procurar al yo del enfermo la libertad de decidir en un sentido o en otro. (Destacado de Freud).

Sobre el final de su obra habrá de reiterar estas advertencias (Freud, 1940 [1938]), tal como figura en el epígrafe del presente trabajo.


III. La labor analítica
Dado que la transferencia idealizada como la identificación con el analista-ideal del yo constituyen eventualidades que pueden hacerse presentes dentro del proceso transferencial y de la recreación de una etapa evolutiva del psiquismo, es, a mi entender y en última instancia en la actitud que el analista asuma frente a este hecho donde principalmente radica el problema. Desde luego y, ante todo, no será lo mismo que aquel analice adecuadamente esta transferencia idealizada a que la pase por alto.

Considero que, mientras las condiciones del encuadre analítico lo habiliten para ello, el analista ha de permitir que el analizando viva la experiencia emocional que esta transferencia idealizada supone, como una vicisitud de las facetas narcisistas de su transferencia y la regresión yoica experimentada durante el análisis, mientras concomitantemente procure analizarla en lo que atañe a sus orígenes y causas, teniendo presentes tanto los aspectos evolutivos (lo que tiendo a llamar la evolución del narcisismo: en este caso, y desde una perspectiva freudiana, el pasaje desde el yo ideal al ideal del yo) como los defensivos (Klein) y aun los resistenciales de la idealización del objeto analista. El proceso analítico podrá así progresar y esta situación verse modificada, al posibilitar ulteriormente el analista la des-idealización de su figura. A partir de ello, se pretende que el analizando logre ir discriminándose y emancipándose en forma gradual del analista, al tiempo que asumiendo su propia identidad y descubriendo —o reencontrándose con— sus propios ideales (deseos y aspiraciones).

Pero la existencia de manifestaciones patológicas ligadas al ideal del yo, que conocemos como patología de los ideales (falta de discriminación con el objeto idealizado, fantasías omnipotentes, dependencia y sumisión hacia el objeto, etc.), podrá, entre otras cosas, derivar en la persistencia de la transferencia idealizada, que a su vez será la causa principal de ciertos análisis interminables o que se estancan.

En tales circunstancias, la adecuada elaboración del duelo por el objetoanalista o de la renuncia a este ante un posible final de análisis se volverá extremadamente difícil o imposible, ya que el necesario desasimiento libidinal del objeto, tal como lo señala Freud (1917 [1915]), se verá obstaculizado por la intensa investidura narcisista del mismo.

En la idealización del objeto y la eventual identificación con este, cobran fundamental importancia las necesidades narcisistas del sujeto, con sus ansiedades de desamparo, vacío y separación, tan acentuadas en los trastornos del narcisismo primitivo. La idealización opera además aquí especialmente como una defensa.

IV. De la relación analítica a la relación de poder

Otra cosa es que el analista consienta que esta situación transferencial narcisista perdure prolongada o indefinidamente. En estos casos, en lugar de una relación analítica, lo que se establece, como ya lo señalaban Merea, Picollo y Suárez en 1986, es una relación de poder. Estos autores agregaban que ello se observa con particular relevancia en el análisis de formación o didáctico. Esta relación de poder, además de responder a la proyección narcisista del analizando, obedecerá sobre todo al narcisismo patológico y no elaborado del analista, con la consiguiente y flagrante pérdida de su actitud neutral (entre otras cosas, el analista transgrede aquí la regla de abstinencia) y la utilización indebida de la sugestión, con abuso del poder que le confiere el influjo sugestivo y a veces con caída en lo que P. Aulagnier (1975) llamó la violencia de la interpretación. Ello supondrá además la pérdida del comando de la contratransferencia, ya que el analista habrá sucumbido a una contraidentificación proyectiva (Grinberg, 1956), en tanto depositario de un objeto interno idealizado del analizando. El analizando irá empobreciéndose cada vez más e incrementando su dependencia del analista en tanto objeto idealizado. Esta situación recuerda la descripción que Freud (1921) hiciera del enamoramiento, así como, desde otra perspectiva, aquella a la que se refería M. Klein (1946) sobre la base de una identificación proyectiva excesiva en representantes externos de «las partes buenas de uno mismo».

P. Aulagnier (1980), por su parte, señala que, de instalarse esta transferencia, el deseo de saber es en el analizando sustituido por el deseo de reencuentro con un Otro poseedor de la verdad (el sujeto supuesto saber del que habla Lacan), lo que lo conduce a la alienación. Vale decir, el analizando ya no tiene que pensar, es el analista el encargado de revelarle todo y el que responderá a todos sus interrogantes. De mantenerse esta situación, el trabajo analítico, que es siempre cosa de dos, acabará indefectiblemente malográndose. La psicoanalista italiana, habiéndose alejado de Lacan, asumió al respecto una posición abiertamente crítica ante determinados procedimientos técnicos. Llegó a decir:

Además creo que la pasión transferencial es favorecida por una serie de comportamientos y técnicas de moda en cierta práctica del análisis. Si uno atiende a un paciente cinco minutos, solo puede esperar dos consecuencias: o bien la fuga del paciente —y por razones muy largas de explicar no es lo más frecuente— o bien, y eso es muy grave, lleva al analizando a renunciar a juzgar lo que efectivamente pasa en la relación analítica por una idealización masiva del analista que conduce a una relación de alienación. Cada vez estoy más convencida de que la modalidad técnica de conducir una cura es la responsable de la alienación y, en general, el analista es también víctima de su alienación en una teoría para la cual él es incapaz de asumir una posición crítica (Aulagnier, 1986).

V. Una identificación nociva: la identificación pigmaliónica

Autores tan dispares como Rosenfeld (1971) y Kernberg (1975) han mencionado —dentro de estos avatares— la identificación con un objeto ideal, previamente proyectado en el analista, que confiere al analizando fantasías omnipotentes.

A todo esto, no resultará inesperado o extraño que en las circunstancias que estamos describiendo se sume además el hecho de que el analista, de manera deliberada o involuntaria, induzca al analizando a que lo tome como su ideal y a que se identifique con él.

Nos encontramos ante una forma francamente deletérea y iatrogénica de identificación del analizando con el analista, a la que he dado en llamar identificación pigmaliónica.

Cabe suponer que en todo esto participa la pulsión de dominio del analista, la cual conduce a una situación patológica que, en definitiva, desoye las previsiones técnicas y éticas de Freud, al pretender apropiarse, pigmaliónicamente, de la voluntad del analizando e imponerse como modelo identificatorio.

El analista habrá así parasitado al analizando, quien alimenta la autoestima del primero en tanto fuente externa de suministros narcisistas.

A partir de la idealización del analista por parte del analizando, insuficientemente analizada (o no analizada), D’ Alvia (1986) refiere que

[…] se hiperdimensionan sus cualidades personales, se sobrevaloran todos su actos y su palabra de maestro puede adquirir características de revelación y un particular orden de ideas (dogma) puede predominar en su decir.

Lamentablemente, añadiría yo, vislumbramos que todo esto ocurre en más de una ocasión: hay personas a los que no es necesario preguntarle con quién se analizan o analizaron, porque semejan una copia fiel —y a veces hasta una grosera caricatura— de ciertos rasgos de su analista; y, lo que es peor, puede tratarse aun de defectos de la personalidad de este, lo que no está exento de acarrear perturbaciones en la conducta del analizando, adquiridas por identificación o mimetización. A veces asistimos a la producción de una identificación espuria, por la que, por ejemplo, rasgos maníacos de carácter del analista (alteración esta de naturaleza prototípicamente narcisista, por cierto), suelen confundirse con lo que representa la buena salud mental.


VI. Una alianza resistencial

Coincido también con D’Alvia (1986), cuando describe que esta patología en el vínculo analítico mantiene fijas resistencias, las cuales, señala, «[…] preservan estructuras narcisistas patológicas del paciente y del analista (negación de la finitud de una terapia, o de la muerte)».

Es que, volviendo ahora a los aportes de Merea, Picollo y Suárez (1986) y tal como ellos sostenían, el propio analizando contribuye a la persistencia de ese campo de poder, encerrado narcisísticamente en él, necesitando idealizar a su vez más y más a su analista y con la fantasía de convertirse finalmente en ese ideal por este representado.

Se trata, digo yo, de una interdependencia patológica. Dichos autores agregaban que la situación puede llegar a conformar lo que W. y M. Baranger (1961-62) han llamado baluarte, expresión patológica y resistencial dentro del —también por los Baranger— denominado campo psicoanalítico.


VII. Comentarios finales

Este es, repito, el camino conducente a una identificación pigmaliónica, en tanto es promovida por aspectos narcisistas no resueltos del propio analista, que se traducen en actitudes (como puede serlo el silencio prolongado y reiterado) o intervenciones (como las interpretaciones de corte sentencioso y oracular) que fomentan y sostienen una identificación con el mismo como objeto idealizado.

Mi impresión es que en estas coyunturas gran parte de los supuestos efectos terapéuticos pueden ser meramente el producto de esta identificación del analizando con el analista, conducente a una forma de (seudo) cura por identificación transferencial, en la que el analizando acaba por sentirse ilusoriamente curado, tan sano y potente como imagina a su analista; confunde el ser como su analista con la verdadera curación.


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